Ya sabéis, por redes sociales, que Irene ha perdido un paleto de
leche con apenas dos años y díez meses.
No quería dejar de
plasmar, en este mi diario particular, un hecho tan significativo e importante
por si alguien tiene que pasar por la misma situación.
En año y
medio Irene sufrió varias caídas y golpes en la encía, los primeros no afectaron a los dientes (aunque uno fue bastante aparatoso), pero el último (un cabezazo de su hermano) provocó que saliera una
infección encima del paleto. Esta infección se trató de varias formas, la
primera con antibiótico tanto en la versión tópica como la tomada y al ver que
no se quitaba el flemón se hizo una pulpoctomía, a mediados de diciembre, y
parece que la cosa funcionaba.
Pasado casi un mes todo iba bastante bien, cada dos días le mirábamos la encía para ver si el
flemón estaba o no, y en principio no se veía mal (aunque ahora sé que bien del
todo tampoco estaba), la niña no se quejaba pero le molestaba y no quería comer
por ese lado. Un día me dio una corazonada, levanté el labio y vi otra vez el
flemón y la infección.
Volvimos a pasar
por el dentista, nuevo drenaje, limpieza, ciclo de antibiótico... pero pasados
veinte días eso seguía igual, Había
llegado el momento que todos temíamos, teníamos que quitar el diente.
La primera vez que
la odontopediatra me habló de esta posibilidad me derrumbé, recuerdo que ella
con mucha dulzura me explicó que no pasaba absolutamente nada, que "era una cosa
puramente estética" y que la niña iba a seguir siendo "tan lista, divertida,
feliz y guapa como hasta ahora"... ahora lo veo con perspectiva y sé
que tenía más razón que un santo pero ese día lloré muchísimo porque no quería
ver a mi niña mellada.
No ha sido un
trago fácil, mentiría si dijese lo contrario, el día de la extracción fue
horrible, Irene ya estaba harta de ir al dentista y no quería ni subirse a la
camilla, además le dolía, tenía infección... el proceso fue muy duro, lloró,
pataleo, chilló, suplicó... y al final tuve que tumbarme yo con ella y
sujetarla mientras se lo quitaban. Fue duro, muy duro, pero se acabó.
Ella llegó a casa
feliz, aun habiendo pasado por un mal rato, porque esa noche iba a venir el
Ratón Pérez. Le preparamos su puerta y esperamos. A la mañana siguiente estaba
genial, contenta, feliz, súper guapa y con unas ganas locas de ver lo que le
había dejado el ratón... yo tenía miedo de verla rara pero como estaba tan
contenta y llena de ilusión la verdad es que los miedos se fueron por la puerta.
Ahora sí que veo a
mi niña bien del todo, sin dolor en ese lado de la boca, con una encía sana,
comiendo sin miedo... y lo mejor de todo es que sigue siendo ella, inteligente,
divertida, feliz, guapa y con una cara de traviesa que está para comérsela.
Dentro de unos años saldrá el diente definitivo y todo esto será tan solo una anécdota mientras en casa somos felices, que no es poco.
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