Es cierto, mis niños son muy afortunados en un aspecto muy
difícil en los tiempos que corren y es que su
padre está con nosotros casi todas las tardes entre semana.
Tenemos la inmensa suerte de que "El
buen padre" trabaje en la misma ciudad en la que vivimos, lo que le
permite ir al trabajo andando, y que su horario nos deje disfrutar de él casi
todas las tardes.
Gracias a esto, tan simple pero tan necesario,
nos podemos solapar y unos días va él a buscar al peque al cole, si tenemos
médico uno va con el pachucho al médico y otro a la actividad que toque, los
dos conocemos y nos conocen a los amigos del colegio, a los papás, a los
profesores...Es una suerte porque tenemos tardes de juego compartidos, tardes
de cosquillas, de baños, de preparar la cena en familia o de realizar alguna
actividad diferente.
Esto no siempre ha sido así, por eso lo
valoro aún más, cuando Eric apenas tenía año y medio y hasta casi los tres y
medio mi marido trabajaba lejos de casa, tardaba cerca de una hora en llegar a
su puesto de trabajo, se iba a las 6:30 de la mañana y no volvía hasta pasadas
las ocho de la tarde/noche los días que teníamos fortuna y no encontraba
atasco... Eric muchos días no llegaba a verle y daba mucha, mucha pena. Daba
pena por él porque se perdía el día a día de su hijo, me daba pena yo misma que
me tenía que ocupar de todo, y me daba pena Eric que no veía a su padre.
Por todo eso ahora valoro mucho, mucho pero muchísimo que las tardes sean diferentes, que mi
marido no se pierda el día a día de mis hijos, que la rutina forme parte
también de su vida, que se ocupe junto a mí de las pequeñas cosas que surgen a
diario y que no se pierda los momentos cotidianos.
No se cuánto tiempo durará, porque con el
trabajo del buen padre nunca se sabe, pero los casi tres años que llevamos así
los estamos disfrutando al máximo, sacándole el mayor partido y compartiendo la
vida juntos.
Foto Pixabay
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