Uno de los miedos que tenía cuando me quedé embarazada de Irene
era pensar si la podría querer tanto como a su hermano.
El amor que siento por Eric es tan grande
que imaginaba que nunca nadie podría igualarlo, me costaba pensar en querer a
otro hijo tan intensamente como a mi pequeño pero una vez más la maternidad te
enseña que el amor no se resta o se comparte sino que simplemente suma.
Estoy enamorada hasta las trancas de mi
pequeña, me encanta comérmela a besos, hacerle mil caricias, tenerla en mis
brazos, olisquear su rico olor a bebé o simplemente mirarla.
Vuelvo a redescubrir la vida una vez más,
como ya lo hice con su hermano, y disfruto con cosas pequeñas como pasar un
ratito en los columpios del parque, construir torres y luego destrozarlas o
chapotear en la bañera.
Estoy cansada porque la bimaternidad es
agotadora, más si trabajas desde casa y tienes que hacer malabarismos con el
bebé y el curro, pero estoy inmensamente feliz.
Me derrito cuando veo a esta picarona de
ojos azules arrastrarse pasillo arriba para llegar hasta mi y darme besitos, es
una mimosona que se derrite cuando la haces caricias o la das palizas de besos
y que se pone "celosona" cuando ve que cojo a su hermano y me lo como
a besos.
Reconozco que vuelvo a estar enamorada y
es amor del bueno.
Hola: coincido totalmente contigo. A los dos hijos se les quiere inmensamente... hay amor para los dos. Seguimos en contacto
ResponderEliminarQué bonito Patricia. El amor maternal es inigualable en intensidad y sentimiento. Yo también siento eso con mi pequeño Martín.
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