Cuando vas a tener un bebé una de las grandes incógnitas es ¿cómo se va a llamar?, puede que los futuros padres lo tengan muy claro (ya es una conversación antigua, la madre lo tenía pensado desde niña, será el nombre del abuelo, si es niña lo elige el padre y al revés...)
Nosotros teníamos claro varios puntos:
1. Tanto si era niño como si era niña no iba a llevar nuestro nombre. Respeto a quién pone al niño/a el nombre del padre o de la madre (de hecho alguno de mis sobrinos sigue la tradición), pero yo quería algo nuevo para él/ella.
2. No quería que coincidiera con ningún nombre de la familia, abuelos, tios/as, primos. No sólo por mantener esa idea de nueva identidad sino para evitar roces de tipo "¿porqué el nombre de fulanito y el mío no?".
3. No podía tener diminutivos. No me gusta el -ito.
4. Nada de apodos. No me iba a romper la cabeza buscando un nombre para luego llamarle "ciruelillo", por ejemplo. Además ya tendrá tiempo de que se los pongan en el colegio, instituto.
5. A poder ser tenía que tener un vínculo, algo que nos ligara al nombre.
Así es que con estas "normas" nos pusimos a la busca y captura del nombre en cuestión. Teníamos claro que si era niña sería Ariadna, y ahora si tuviera una niña la llamaría Alba o Nerea mira tu por donde.
De niño era más complicado, los que nos gustaban podían confundirse con el de algún primo, o a mi me parecían bien pero a mi marido le recordaban al compañero "extraño" del cole... en fin la cosa se iba poniendo fea.
Buscamos, miramos por internet, leímos libros de nombres, probábamos combinaciones... hasta que un día mi sobrino me dijo "tía ponle un nombre de Vikingo", y nos dio la idea.
Mi niño se llama como un temible Vikingo, E. El Rojo, descubridor de Groenlandia, o para los más tiernos como el príncipe de la Sirenita.
¿Cuál es vuestra historia?